Astrea era una ciudad moderna y
tranquila. Se diferenciaba de las urbes vecinas no sólo en su distribución
equilibrada y práctica, sino también en el comportamiento de sus habitantes.
Los astrecenses eran gente pacífica y por lo general amable. Sin embargo, la
vida social en Astrea era hermética. La ciudad evitaba tratos con el exterior,
y sus habitantes sólo salían de ella hasta los hitos que marcaban el fin de su
jurisdicción. Los gobernantes de Oleda y de Magra –los núcleos urbanos más
cercanos– envidiaban y desconfiaban de los dirigentes políticos de Astrea.
Sobre todo porque éstos nunca se dejaban ver, ni participaban en los Actos Interurbanos
anuales. Realmente nadie sabía cómo era la vida en esa ciudad, dado que los
visitantes nunca se quedaban mucho tiempo. Apreciaban el buen funcionamiento de
los servicios y la felicidad de los residentes, pero no podían evitar sentirse
incómodos. Nadie era por naturaleza benévolo y abnegado como los astrecenses.
De modo que acababan por regresar a sus lugares de origen, preguntándose cómo
lo harían y si algún día todo el mundo podría marchar así de bien.
Elio, como muchos otros oledanos curiosos, había viajado
a Astrea para vivir de primera mano la asombrosa experiencia de la que tanto
hablaban los turistas que ya habían probado la inmersión cultural. Había
llegado por el Portal Norte, que comunicaba la ciudad directamente con Oleda.
Era un portal antiguo y mal mantenido, de una época previa a la prosperidad
reciente de Astrea, pero seguía funcionando y teletransportaba a turistas y
comerciantes de vez en cuando. Desde allí había cogido un tren elevado, por
primera vez en su vida, hasta el Hotel Público de Astrea, el único
establecimiento hostelero de la ciudad. Había permanecido en el Hotel dos
semanas, maravillado ante el trato de los encantadores astrecenses y fascinado
por su comportamiento. Según comentaban en el Hotel, pasaba las mañanas en las
terrazas de los bares, viendo a los trabajadores pasar y tomando notas en su
cuadernillo verde. A las dos semanas se había marchado y en Astrea no se volvió
a hablar de él.
La muchacha de servicio se preocupaba a menudo.
Sentía que no encajaba en el Hotel. El resto del personal parecía contento y
trabajaba mucho más eficazmente que ella. Se sentía el engranaje romo, el que desbarataba
la perfecta maquinaria del servicio en el establecimiento. Le molestaba tener
que sonreír siempre a los clientes, tener que soportar las exigencias de los
maleducados turistas. Pero no veía que a sus compañeros les afectase y eso le
preocupaba. Ellos parecían estar diseñados para la hostelería: cumplían con
gracia y profesionalidad.
Aquella mañana la muchacha estaba limpiando las
habitaciones de la tercera planta sin prestar mucha atención a su trabajo. Su
mente estaba en los cinco días de vacaciones que disfrutaría al finalizar el
mes, cuando se topó con el cuadernillo verde en un cajón de la mesilla de
noche. Recordaba muy bien el cuadernillo. Lo había traído el oledano guapo que
se había alojado allí hacía unas semanas, y no se había despegado de él en toda la duración de su visita. La muchacha no imaginaba cómo podría haberlo
olvidado, con el apego que había demostrado tenerle. Naturalmente, lo abrió para ojear. Según lo hizo, pensó que sus compañeros probablemente lo habrían
entregado en recepción sin cotillear, por si el dueño volvía buscándolo, pero
ella no era sus compañeros.
Por el contenido de sus páginas, parecía un
diario. Sin embargo, las crónicas no estaban redactadas ordenadamente, en
párrafos y por días, sino que el oledano se había limitado a garabatear
pensamientos y vivencias en orden cronológico. La muchacha se moría de
curiosidad. Mientras pasaba las hojas, cayó del diario un papel. Tomándolo,
descubrió que se trataba del billete de portal que había empleado el hombre
para llegar a Astrea. El extremo de ida, programado para la fecha de llegada de
“Elio Calter”, ya había sido quemado al atravesar el portal. El extremo de vuelta
anunciaba que debía regresar a Oleda dentro de dos días, y seguía intacto. Al
parecer, Elio había hecho planes para quedarse en Astrea cerca de un mes, pero
había acabado por marcharse antes. Intrigada, la muchacha comenzó a leer sus
apuntes.
Al principio no le interesaron mucho, y estuvo por
dejarlo. Elio había escrito muchas de las típicas tonterías que se decían de
los astrecenses. A la muchacha le ponía enferma cómo los extranjeros analizaban
y admiraban a sus conciudadanos sólo por su comportamiento altruista, como si fuesen animales exóticos y no
personas. No obstante, las últimas páginas parecían bastante más reveladoras. Aunque
crípticas y caóticas, las notas de Elio estaban cargadas de significado y, según
leía, la muchacha comprendía más y más. Y cuanto más comprendía, más se
asustaba. Hacia el final de la lectura, el corazón le golpeaba el pecho
atropelladamente, y miraba alrededor aterrada, sabiendo que no era una de
ellos, que no podía serlo.
“Sus
acciones son como sus relaciones: automáticas, inhumanas y perfectas.”
“Nadie
es perfecto. Ni siquiera ellos.”
“He
descubierto el origen de la perfección: su confianza mutua, su entendimiento.”
“Es
el entramado mental lo que es perfecto, no ellos.”
“Creo
que no lo saben. Creo que están determinados de algún modo, y no pensar los
hace felices.”
“¿Es
un designio superior? ¿Hay una entidad organizadora?”
“Hoy
la chica de la limpieza ha discutido con el camarero. Eso no lo entiendo. Es la
primera vez que lo veo.”
“Lo
ha vuelto a hacer. Creo que no está incluida en la red.”
“Es
un sistema precioso. Quiero ser parte de él.”
“No
sé qué estaba pensando. Mi voluntad es sólo mía, y ellos no pueden saber lo que
se pierden.”
“Efectivamente,
hay astrecenses excluidos del entramado. El conductor de mi autobús es otro. No
sé si los han expulsado o nacen así.”
“No
se sienten a gusto, pero no saben lo que les pasa. Son como yo, extranjeros en
la perfecta ciudad de Astrea.”
“La
trama mental debe de haber sido creada. Es demasiado elegante para ser
natural.”
“La
trama mental sólo funciona si están aislados, por eso no es perfecta. Pero
ellos no lo saben, y sin embargo la están optimizando, sin darse cuenta. Evitan
el contacto con el exterior, y eso hace que Astrea se perfeccione.”
“No
pueden optimizarla conscientemente. La trama debe de estar controlada.”
“La
trama no es perfecta como pensaba.”
“La
trama puede ser perfecta.”
“Creo que vislumbro el proyecto que aún es Astrea,
y es precioso.”
“Yo sobro en el proyecto, y los “excluidos”
también.”
“Astrea debe ser podada.”
“Astrea es el futuro.”
“La
trama mental es el secreto mejor guardado de Astrea. Es horrible. Es un
proyecto de deshumanización.”
“Alguien está dirigiendo la trama. Un genio
anónimo gobierna Astrea.”
“Quiero formar parte de la trama, quiero ser feliz
como ellos.”
“Quiero vivir mi vida. Yo no pertenezco a la
trama.”
“Astrea merece ser perfecta.”
“Astrea necesita que me marche para ser perfecta,
y yo no la necesito a ella para ser feliz.”
La muchacha terminó de leer entre ansiosas
bocanadas de aire. Pegándose el cuaderno al pecho y sin mirar atrás, salió
esprintando del Hotel Público, llevándose consigo el secreto mejor guardado de
Astrea.
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